Las Quesadilleras

Brigidita, era una mujer morena y rechoncha de largas trenzas, ataviada siempre con un reboso negro jaspeado que llevaba cruzado al pecho, quien sentada en un huacal de madera, palmeaba las tortillas para rellenarlas luego de papa, queso, picadillo o rajas, así tras ser freídas y doradas en la sartén colocada sobre el anafre de carbón, producía las que aún suelen llamarse quesadillas –como se verá no siempre confeccionadas con queso-. Aquel sui géneris expendio, se colocaba en la esquina de las calles de Covarrubias y Guerrero, donde tenía su asiento la tienda de abarrotes “La Universal” –hoy en ese sitio se encuentra la tlapalería “La Montañesa”– mas el aroma de aquellos ricos antojitos se esparcía en un radio de 500 metros, pues el olor de la fritura se distinguía ya desde la Alcoholera de Pachuca en Guerrero y al menos hasta el cruce de Covarrubias y Cuauhtémoc. Muy cerca, a unos cuantos metros del puestecillo de quesadillas, se encontraba un galerón montado sobre la banqueta, donde el hijo de Brigidita, vendía refrescos fríos, golosinas y comics de segunda mano, de modo que quien deseaba saborear las quesadillas en el mismo sitio donde se freían, podía hacerlo acompañado de un refresco de sabor bien frio, mientras hurgaba entre los comics que se expendían en aquel galerón de madera, pintado con los tradicionales anuncios de un conocido refresco de cola. Aunque en nuestras casas se intentó realizar aquellos suculentos bocadillos, había algo en los confeccionados por Brigidita que atraía a nuestros paladares, mucho tiempo después supimos que el gran secreto era la manteca con las que freía aquellas tortillas recién hechas que envolvían la papa, el queso o las rajas, pero tal vez el mayor secreto era que todo se hacía a mano y en el momento. El costo de las quesadillas era de 25 centavos o bien cinco por un peso, el refresco por allá en los sesentas de 40 centavos y el de los comics 25 centavos, de modo que con dos pesos alcanzaba perfectamente para adquirir 5 quesadillas, un refresco y dos comics, mismos que después intercambiábamos con los integrantes de la pandilla. Brigidita, seguramente aquejada, por una terrible diabetes, perdía por aquellos años a pasos agigantados la vista, pues con frecuencia se quejaba de dolorosas quemadas con la sartén en la que freía las quesadillas, a tal grado que tuvo que ser ayudada por Mariela su nieta, quien pronto aprendió el oficio y se fue a poner su propio negocio en la calle de Abasolo, obligando a Brigidita a contratar los servicios de una muchacha. Aquella comerciante en ciernes, se vio obligada a sortear diversos obstáculos, el primero, los llamados inspectores de la Presidencia que independientemente de cobrarle los derechos por establecerse en la vía pública, le esquilmaban con un buen número de quesadillas y a veces hasta con el refresco que adquirían en el puesto de su hijo. El otro inconveniente era mayúsculo, pues Brigidita era analfabeta y apenas sabía hacer alguna operación matemática, de modo que no faltaban los vivales que ingerían tres o cuatro pesos de sus productos y luego regateaban el pago, cubriendo apenas la mitad de lo adquirido sin que aquella anciana mujer pudiera saber a ciencia cierta cuál era el valor de la operación realizada, sobre todo cuando se le juntaban los compradores. La colonia entera se estremeció el día en que circuló la noticia de que Brigidita había muerto en las afueras de su casa cuando un par de rufianes, entraron en su domicilio para asaltarla. Con la visión casi perdida la mujer intentó repeler el robo, pero solo logró la muerte al perseguir a los malandrines, pues rodó por las escaleras que conducían a la habitación donde vivía. Las averiguaciones lograron poner en claro que los ladrones eran parientes de Ernestina, la muchacha que contrató la quesadillera, quien les informó que doña Brígida guardaba en su domicilio de la vecina calle de Moctezuma, una buena cantidad de dinero, producto de las excelentes ventas en el comercio de Guerrero y Covarrubias. En efecto aquella mujer depositaba todos los días una generosa cantidad de monedas de 20 centavos –eran piezas de cobre, que tenían al frente la pirámide del sol y en el anverso el Escudo Nacional –, cuando fueron apresados les encontraron un gran jarro de barro lleno de monedas de cobre cuyo valor total fue de 72 pesos y sesenta centavos, de los que confesaron habían ya dispuesto de 7 pesos, de modo que el total fue de 79 pesos sesenta centavos, cantidad que fue la que provocó a la postre la muerte de aquella buena mujer. Hubo indignación en la colonia y entre los comerciantes de la calle de Guerrero, quienes visitaron al Procurador a efecto de solicitarle castigara con todo rigor a aquellos jóvenes homicidas, que con su conducta provocaron la muerte de una de las más queridas personas de aquellos lugares. Su hijo desconsolado, vendió los derechos del galerón de madera que tenía y se marchó de aquel lugar. Nunca volvimos a saber de él. Al paso de los años, no sé que fue lo que en realidad causó consternación entre los habitantes de mi colonia, si la muerte de doña Brigidita, aquella indefensa, enferma y casi ciega mujer a manos de un grupo de malandrines, o bien el que nos priváramos todos de aquellos suculentos antojitos, que con frecuencia aderezaban la cena de muchas casas del barrio. Al paso de los años, las quesadilleras invadieron las calles de los barrios altos o de las colonias del centro, pronto fueron parte del paisaje citadino, sobre todo en las afueras de las diversas panaderías que hubo en el Pachuca de hace ya más de sesenta años. www.cronistadehidalgo.com.mx Pachuca Tlahuelilpan, 14 de febrero de 2016.