La Gran Tolvanera de 1810 en Pachuca.

Cuentan los habitantes del ya lejano 1810, que el mes de enero de ese año, fue particularmente frío, con lo que dicen, se prolongó una larga etapa de muy bajas temperaturas sentida desde los últimos días de 1809. Lo terrible fue que debido a las gélidas condiciones, el suelo de la comarca de Pachuca, fue prácticamente arrasado de toda posibilidad de vida botánica. Los pocos árboles que existían, dice la crónica que nos auxilia para narrar aquel acontecimiento, quedaron reducidos a desnudos troncos y ramas, en tanto que los pastizales y maleza crecidos en los meses de lluvia, se convirtieron en rastrojos secos, que perdieron su fijación al suelo.
Todo lo anterior, mucho coadyuvó a que al llegar el airoso febrero, volaran por los cielos pachuqueños toda suerte de objetos, hojarascas, varas delgadas enjambres de yerbas secas y dice el cronista de la época, emprendieron el vuelo también, muchos sombreros y ropa que fue arrebatada de los tendederos.
Mas todo lo anterior fue nada, si se compara con lo acontecido la tarde del sábado 10 de febrero de ese 1810. En efecto, desde por allí de las cuatro de la tarde arreció el viento, haciendo silbar su paso por calles y sobre todo por los callejones de la ciudad, las techumbres de lámina, madera o tejamanil crujieron amenazando con separarse de sus bases y volar por los aires libremente, pero esto no fue lo que más conmovió a los habitantes del pueblo minero, acostumbrados a esos “chiflones”, como se bautizó a los aires silbadores, pues ello era cosa de cada año.
Lo que causó verdadero temor, fue que los aires empezaron a subir su intensidad y la velocidad con la que atravesaban las cañadas del Tulipán y Portezuelo ubicadas entre los cerros de la Magdalena y San Cristóbal al norte del Real de Minas y con menos velocidad los que cruzaban por los de “El Ventoso” y el de “Las Coronas” localizados al oriente.
Hacia las cinco y media de aquella tarde, las cosas habían empeorado ostensiblemente, pues al vuelo de objetos, se sumó una terrible tolvanera que pronto ensombreció el cielo y nublo la vista de los habitantes, que a duras penas podían abrir los ojos, en razón de la gran cantidad de polvo que se mantenía en el ambiente. La alarma se dio mediante los tañidos de las campanas de los templos de la Asunción, San Francisco, la Veracruz y la Jerusalén.
El miedo cundió por todas partes, lo mismo entre los comerciantes de la Plaza Mayor (Hoy de la Constitución), que entre los habitantes de aquel vecindario y aún más entre los de la periferia, sobre todo de los barrios altos, ocupados por operarios de las minas de la Región.
Sobre las seis de la tarde, todo fue un verdadero caos, las techumbres se desprendieron de sus bases, lo mismo las de lámina de cartón, que las de metal o tejamanil, un gran número salió volando por los aires y más de una docena de viviendas, observaron como muchos de sus muebles fueron lanzados lejos de su sitio, diversas bardas cayeron empujadas por la fuerza del viento y otras muchas calamidades tuvieron lugar aquella tarde.
Juan Cebrian, vecino de Real del Monte, quien ese día se vio obligado a venir a Pachuca a buscar al facultativo de medicina Pedro Antonio Barrón, pudo observar que al filo de las seis de la tarde, un enorme y oscuro remolino, se había tragado al caserío de la Ciudad de Pachuca, fue una auténtica “manga” que desprendida del cielo, hacía volar en círculos a multitud de objetos, Cebrian aseguró un día después, que vio como volaban perros, gallinas, láminas, sillas, árboles, jegüites y no sé cuántas cosas más, que luego fueron proyectadas por los terrenos aledaños.
Cebrian detuvo su marcha hacía Pachuca, pero se ocultó en uno de los recovecos del camino a Real del Monte, desde donde se dedicó a observar el fenómeno que se tragaba por momentos a Pachuca que era desde luego una población de muy reducidas proporciones, extendida no más allá de la actual hacienda de Loreto por el norte, por el poniente su límite era el hospital de San Juan de Dios –edificio de la hoy Universidad Autónoma de Hidalgo en Abasolo – dos cuadras arriba de la parroquia de la Asunción, por el oriente y un poco antes del convento de San Francisco por el sur.
Todo terminó media hora después, precisamente cuando empezaba a obscurecer, de modo que muchos debieron esperar a la mañana siguiente para saber la magnitud de los daños, pero fueron muchos, muchos los que perdieron todo lo que poseían, de modo que esa fría noche, debieron pasarla en el portal de mercaderes –actual Portal de la Constitución- hasta que el Subdelegado José María Montes de Oca, dispuso como labor colectiva la restauración de las casas afectadas.
Tal acontecimiento quedó narrado en una gacetilla aparecida días después en la Ciudad de México, sitio del que hemos tomado la parte medular para narrar ese evento natural que afortunadamente no se ha repetido en los siguientes 205 años de la historia de esta ciudad.
www.cronistadehidalgo.com.mx
Pachuca Tlahuelilpan febrero 2015.

Pie de foto: Una imagen similar a esta, debió ser la que Juan Cebrian vio la tarde del 10 de febrero de 1810. Panorámica de Pachuca en 1865. Fototeca Nacional.