La Cruz del Quemado de Zaragoza

Como se ha hecho en las últimas entregas, se reproduce aquí una de las narraciones de mayor petición de nuestros lectores, toca hoy recordar uno de los hechos que en el pasado, más conmovieron a la opinión pública, a grado tal que el propio Teodomiro Manzano Campero, la incluyó en su obra “Anales del Estado de Hidalgo”, segunda parte y fue también objeto de una larga columna en el semanario pachuqueño “El Minero” que dirigiera don Luis Escandón, bajo el título de “La Cruz del Quemado de Zaragoza” fue noticia, se convirtió pronto en una verdadera leyenda. En la narración consignada por Manzano se lee que “el martes 29 de diciembre de 1895 hacia las doce del día, pasaba por la calle de Zaragoza (que parte de la plaza Independencia y culmina frente al hoy mercado Miguel Hidalgo), Miguel Arteaga, cargando un garrafón lleno de alcohol. Súbitamente el recipiente se rompió bañando materialmente al infeliz Arteaga y formándose en el suelo un charco de alcohol. Arteaga se alejó de aquel charco, pero marcando su camino con un reguero del solvente. Fue entonces que un muchacho mal hora, con un cerillo incendió el charco y la llama siguió rápidamente las huellas del pobre hombre que en un momento quedó envuelto en llamas. Emprendió rápida carrera y fue a caer en una de las banquetas del jardín de la Constitución, de donde fue levantado en muy grave estado, muriendo poco después en medio de terribles dolores por las quemaduras que tenía en todo el cuerpo”. Por los datos que aporta el semanario “El Minero”, hoy sabemos que la noticia de la terrible muerte de Miguel Arteaga, ocurrió el martes 26 de diciembre de 1895 y no el 29 señalado por Manzano, así mismo que el infeliz hombre laboraba en un taller de zapatería ubicado en la explanada contigua al Mercado de la Fruta, años después se convertiría en Mercado Benito Juárez, que no es otro que el actual Miguel Hidalgo y tal lugar es conocido actualmente como la cuchilla, sitio en el que por cierto, existió un monumento dedicado a Felipe Carrillo Puerto, desaparecido en la inundación de 1949, que fue sustituido por otro, que un diario de la Ciudad de México levantó en honor del pueblo de Pachuca por su heroico comportamiento en esa catástrofe, el que desapareció misteriosamente a mediados de la década de los años ochenta. Por otra parte en su edición, “El Minero” señalaba también, que Arteaga de aproximadamente 40 años de edad, era padre de cuatro hijos procreados con su mujer, María Asunción Barrios, a quienes dejó en total miseria. Dos semanas después, nuevamente “El Minero” del domingo 12 de enero, abordaba el tema con una escueta nota, en la que se reportaba que María Asunción Barrios, en compañía de sus hijos se presentó a colocar en la parte norte del jardín Constitución, una modesta cruz de madera desnuda, como señal de que en aquel lugar había muerto Miguel Arteaga. Al cumplirse un año del deceso, el mismo semanario informó que la cruz colocada por la muerte de aquel hombre se había visto adornada cada mes, con ramilletes de flores que la esposa e hijos del difunto colocaban religiosamente mes tras mes, recordando su muerte. No se sabe exactamente ¿cuánto tiempo tanto la viuda como huérfanos continuaron con aquella costumbre?, aunque no debió ser mucho, pues para mediados de 1900, la cruz deteriorada ya por las inclemencias de la intemperie, era tan solo un objeto mas en el entorno del jardín, aunque su imagen era respetada y hasta venerada en razón del profundo significado cristiano que revestía. Cuentan quienes recuerdan aquellos sucesos, que los transeúntes ya a pie o a caballo y aún abordo de calandrias o carromatos, cuando cruzaban por aquel sitio se santiguaban y pronunciaban oraciones y jaculatorias en recuerdo del “Quemado de Zaragoza”, don Rafael León, cura de la parroquia de la Asunción, al que ya se ha aludido en muchas de estas crónicas, cuenta la manera en que se procedió a retirar aquella cruz ya desvencijada de madera podrida. Corrían ya los últimos días de noviembre de 1907, dice el Padre León, en su diario parroquial, cuando con ayuda de Marquitos, el sacristán de la parroquia, decidí remover aquella cruz. De pronto se presentó un joven de unos 20 años, quién dijo llamarse Eustaquio Arteaga y ser hijo de aquel pobre ayudante de zapatero muerto doce años atrás, quién pidió, sigue diciendo el sacerdote, que le entregara aquella cruz construida por su madre y por él mismo pocos días después de la muerte de su padre. Entregué pues aquel despojo de la vetusta imagen cristiana, que fue recibida con toda veneración por el joven aquel, quien se retiró en medio de sollozos, con paso vacilante. Nunca lo hubiera hecho, agrega don Rafael León, al día siguiente recibí verdaderas comitivas de comerciantes de los mercados, mineros de diversos fundos y pueblo general que venían a denunciar el robo de la milagrosa Cruz del Quemado de Zaragoza, que muchos favores había hecho a los habitantes del centro de Pachuca, yo guardé dice el cura, pecaminoso silencio por temor a que me hicieran algún daño, pero desde entonces está en todas mis oraciones un recuerdo para Miguel Arteaga, el quemado de Zaragoza. www.cronistadehidalgo.com.mx Pachuca, Tlahuelipan julio de 2016.