Origen del Barrio de la Granada

Vieja, muy vieja es la costumbre, de aprovechar la sobremesa de las comidas familiares para evocar hazañas de antepasados o la narración de hechos que determinaron la vida del barrio o colonia donde se vive o del que se procede, hábito que por otra parte es enriquecedor de la estirpe familiar, porque fomenta el orgullo de cada integrante del núcleo del que procedemos y es en esas tertulias animadas por la intimidad donde la historia se convierte en leyenda al magnificarse los hechos como producto del cariño y respeto por nuestros mayores. Fue precisamente en una de esas tertulias donde se contó hace ya muchos años la leyenda que ahora da tema a esta columna, a la que los habitantes del Pachuca de ayer llamaron “Leyenda del Barrio de la Granada”, nombre que por muchos años recibiera un populoso barrio de la ciudad de Pachuca, ubicado entre las calles de San Juan de Dios (hoy Doria) De los Enfermos (actualmente Reforma) Cuesta de las Piedras (hoy en día de Manuel Doblado) y la Bajadita (que es el actual callejón de Julián Villagrán). Era aquel sitio, asiento de un buen número de casas construidas de adobe y techos de lámina, habitadas por mineros y algunos comerciantes de las plazas: Real y de Las Diligencias. La barriada era realmente quieta, animada solo por algunas fiestas religiosas, entre ellas la de Carnaval, fecha en la que conmemoraban el fin de los fríos y el inicio de la temporada de calores tan ansiada en un Pachuca azotado por las inclemencias de los helados vientos de septiembre a enero. Corría el año de 1867, ese en el que por fin México logró terminar con el efímero imperio de Maximiliano para abrazar nuevamente a la República Juarista y fue ese el año en el que sucedieron los hechos que aquí se narran. Francois Lagarde, (se pronuncia fransua Lagard) uno de los soldados que vino con el ejército de ocupación francesa que se acantonó en las instalaciones del para entonces abandonado hospital y convento de San Juan de Dios (hoy edificio central de la Universidad Autónoma de Hidalgo en las calles de Abasolo), se enamoró profundamente de una vecina de aquel barrio, Rosa María Sánchez, hija única de Pedro Sánchez, “Sanchitos” cuya esposa murió al dar a luz a Rosita, “Sanchitos” entonces, se dedicó en cuerpo y alma a criar a su hija, quien a los 17 años, era ya una de las más lindas mujeres de aquel barrio. Francois Lagarde, el franchute, quedó de tal manera prendado de Rosita, que cuando le fue ordenado a su regimiento el regreso a Francia, él se escabulló para no incorporarse con los que regresaban, se escondió por algún lado y no volvió a salir sino pasados muchos días de la retirada de los suyos, y fue entonces a confesarle su amor a la bella Rosita, pero se encontró con la sorpresa de que ésta tenía ya como novio a un joven de nombre Alberto Morales a quien apodaban el “Gurrumino”, hijo del dueño de la reparadora de calzado “La Garra”, de donde le venía el sobrenombre; dicho taller estaba ubicada en la calle de San Juan de Dios, en el pleno corazón del barrio de La Granada. Quiso Rosita jugar con sus enamorados, pero fue imposible, una tarde cuando empezaba oscurecer, el “Gurrumino” pilló a su enamorada con Francois en la puerta de la casa de “Sanchitos” y se armó una terrible batalla entre los dos enamorados, primero a golpes y en seguida tomando cuanto objeto quedaba a su alcance. Los vecinos llamaron a la gendarmería pero esta llegó, cuando lo que hacía falta ya, eran médicos. La pareja de rijosos, penetró en el forcejeo a la propia casa de Rosita, donde ya muy pocos pudieron observar la pelea. El primero en caer inconsciente fue el “Gurrumino”, pero Lagarde estaba ya herido de muerte y de su cabeza la sangre salía a borbotones, mientras que el “Gurrumino” vomitaba el vital líquido púrpura en grandes cantidades. El patio terroso de la casa de “Sanchitos”, quedó cubierto con la sangre de los dos jóvenes. Cuando llegaron las autoridades se percataron de que había charcos aquí y allá, y los cuerpos de ambos rijosos yacían sin vida en medio de aquel lodazal purpurino. Un manzano seco estaba sembrado en medio de aquel espacio, no había dado producto alguno en muchos años, a decir de “Sanchitos”, más regado y abonado con la sangre de los amantes de su hija, ese año volvió a dar frutos, una especie de manzanas muy grandes y saludables, cuando “Sanchitos” quiso comerlas, encontró que en su interior había unas perlas muy rojas de sabor algo dulce y algo amargo. Llamó a los vecinos para que vieran aquella fruta extraña y todos los que la vieron y probaron, quedaron maravillados, aquel árbol de manzana, regado con la sangre del “Gurrumino” y de Lagarde, transformó el producto del árbol de manzana en una nueva fruta, que todos supieron después era nada menos que una granada, fruta entonces desconocida por aquí y fue así que aquella fruta exótica, la granada, dio nombre desde entonces y hasta bien entrado el siglo 20 a aquel barrio de gente trabajadora. Y contaban los viejos pobladores de la barriada, que al poco tiempo de aquellos hechos, murió “Sanchitos”, en tanto que su hija Rosita llena de congoja, perdió por completo el sentido y deambulaba por el barrio ofreciendo las rojas perlas de la granada de su casa y decía que eran las lágrimas de sangre de sus dos enamorados. Tal era la historia que contaban los viejos habitantes de Pachuca en la sobremesa de cualquier comida y de ello, no hace muchos años, ¿bonita costumbre no cree usted?, ojalá pudiera reimplantarse en los hogares pachuqueños y con ella, rescatar historias, leyendas y sucedidos, de ese el Pachuca de nuestros mayores. www.cronistadehidalgo.com.mx Pachuca Tlahuelilpan, Julio de 2016.