Monsieur Jesús Echeverría Flores
Jesús Echeverría Flores, no nació en el Estado de Hidalgo, el destino hizo que tal hecho ocurriera en Iztacalco Distrito Federal, pero fue hidalguense por la mejor vía, la de la adopción voluntaria determinada por el cariño hacia este terruño, de modo que del hecho eventual e involuntario pasó al acto deseado y consentido.
Fue en las aulas del afamado “Colegio Infantil de Nuestra Señora de la Asunción y San José”, auspiciado por el cabildo de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, la escuela donde aprendió las primeras letras y el sitio que más influyó para su matriculación en el Seminario Conciliar de Tlalpan, donde cursó con éxito los ciclos de filosofía y teología, que abandonó tras descubrir que no era su vocación la de los servicios religiosos, por lo que se inscribe en la que a partir de 1916 fue la Escuela Práctica de Ingenieros Mecánicos y Electricistas (EPIME), hoy Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica (ESIME).
Mientras realizaba sus estudios superiores, se inscribió en la Alianza Francesa, ubicada dentro del barrio estudiantil del centro de la capital de la república, donde logró con honores entre 1917 y 1919 su certificación como maestro de la lengua de Dumas, entonces tan necesaria para los estudiantes de medicina, que aprendían aún anatomía en el “Traité d’anatomie humaine” –tratado de anatomía humana– de Leo Testut, o los futuros abogados que lo hacían en el “Traité élémentaire de droit romain” –tratado elemental de derecho romano– de Eugène Petit.
Al concluir la carrera de ingeniero mecánico electricista, una feliz coincidencia le permitió llegar a la Ciudad de Pachuca, donde se encontraba uno de los más importantes centros de la Telefónica Erickson, que había decidido ampliar la red de tendido telefónico, aliada con la empresa de Salvador Luque, para lo cual fueron contratados los servicios del ya ingeniero Jesús Echeverría.
El ambiente liberal de la sociedad pachuqueña, fue un buen pretexto para que el joven Echeverría se quedara en la ciudad de los vientos, aunque lo que más influyó fue sin duda su matrimonio en 1933 con la joven Catalina Martínez Monroy a partir de entonces su inseparable compañera, con quien procreó tres hijos: Ana Stella, Emma Catalina y Jesús, todos Echeverría Martínez.
En 1939, ingresó a prestar sus servicios en el Instituto Científico Literario, como maestro de las cátedras Francés I y II, que impartió por cerca de 40 años. Es aquí, ya en la etapa de la Universidad Autónoma de Hidalgo, donde mi generación conoció al ingeniero Echeverría a quien llamábamos en el argot estudiantil el “Monsieur” –se pronuncia “mesie”– con el que catalogábamos a aquel respetable hombre de mirada penetrante, que nos impartió diariamente –durante los dos años del bachillerato de entonces– la clase de francés con el método contenido en el viejo texto de Charles Godard.
Al paso de los años he comprendido la titánica tarea de ese extraordinario maestro, que diariamente con puntualidad inglesa, llegaba en su pequeño “Hillman 1961” unos minutos antes de las 12 del día, subía pausadamente la escalinata del que llamábamos “caminito de gloria” a efecto de iniciar exactamente al medio día la clase del idioma galo, proeza colosal en razón de que en nuestra época ya los libros de todas las carreras habían sido traducidos al español, y el idioma inglés ganaba terreno al francés rápidamente.
Entender pronunciaciones como la de la letra “r” con un sonido parecido a la “g”, suprimir las terminaciones er, et, es, y ez, a menos de que estuvieran acentuadas, o la articulación del diptongo “oi” como “ua” la “ç” c cedilla con sonido de “s”, los vocablos in como “anc”, y no sé cuántas reglas más para pronunciar adecuadamente el idioma del “amour”, todo ello sin contar la conjugación del verbo “etre” ser o estar, base fundamental para dominar un buen francés.
Cómo olvidar que este aprendizaje nos permitió poner apodos a diversos compañeros tales como el “Liessón” que se llevó a la Academia de la Policía de Caminos, un conocido condiscípulo de nuestra época estudiantil; la “Petite Fille” –se pronuncia peti fill– que le pusimos a una compañerita en razón de ser chaparrita y menudita, sin faltar a otros maestros como el “monsieur noir” –señor negro– con el que reconocíamos a cierto profesor caracterizado por su piel morena y otros por el estilo.
Tras 40 años de servicios académicos, que le permitieron ser recipiendario de la medalla al mérito académico, dejó las clases de francés e inglés que impartía en el centro de lenguas de la U.A.H. La vida de aquel excepcional hombre se apagó definitivamente el 26 de enero de 1986 –pronto se cumplirán 30 años–, poco antes, el 24 de febrero de 1982, publica su poemario llamado “Cofrecillo Íntimo”, en él reunió toda su producción literaria de 1916 a 1982, viejo anhelo que confesó en las primeras páginas:
¡Oh mis pequeños versos
Hijos de mí variada fantasía
Si os llegare a contemplar impresos
Contento moriría!
Fue por ello que agradeció en el poema “A mi Hija Emma”, su publicación:
Güera: ¡Dios te bendiga
Como yo te bendigo!
Te empeñaste en llevar
a la imprenta mis versos
y moriré contento
porque los miro impresos.
Debo a la generosidad de su nieta la hoy Magistrada Rebeca Stella Aladro Echeverría, que ese extraordinario poemario, ocupe ya un lugar en los plúteos de mi biblioteca.
Durante los últimos 50 años de su vida, militó en distintos talleres y Logias Masónicas del Rito Nacional Mexicano y alcanzó el grado 33, el más alto honor en la Masonería, para la que siempre tuvo frases de alabanza, al considerarla la más importante formadora de su vida.
Mi generación guarda también gratos recuerdos de su paso por las aulas, han pasado 50 años y muchos de nosotros aun nos atrevemos a leer y en muchos casos a traducir textos del francés al español y podemos exclamar, “Ingénieur Echeverría: merci de nous enseigner la langue de Victor Hugo –Ingeniero Echeverría: gracias por habernos enseñado la lengua de Víctor Hugo–.
Pie de Foto: Ingeniero Jesús Echeverría, recordado maestro de la lengua francesa.
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Pachuca Tlahuelilpan, diciembre de 2015.