Milagro Guadalupano en Pachuca
Cuenta la conseja popular, que hace muchos, muchos años, tal vez a mediados del siglo 19, cuando la hoy calle de Guerrero se denominaba aún como “Camino a México” y daba inicio poco antes de la “Plazuela de Barreteros” –hoy mercado del mismo nombre– y concluía en los confines de la ciudad, que entonces no llegaba más allá de Plaza Juárez, sitio en el que se encontraba la garita y aduana de la ciudad, una quimérica narración decía, que en el camino abierto para la circulación de carruajes, muy cerca de la entrada al Real de Minas de Pachuca, sucedieron los hechos que voy a referir.
Felipe Ramírez Menor, a quien apodaban el “Toronjo”, conocido arriero que surtía tiendas y tendajones de este entonces pueblo minero, traía según los registros de la aduana, telas y calzado, sombreros y otros enceres de vestir, así como café, panela y a veces hasta algunos licores, más de 30 bestias formaban su recua que era conducida por una docena de peones, que arriaban y ayudaban a las maniobras de carga y descarga.
Cuéntase, que el “Toronjo” era hombre mal encarado y de pocas palabras, andaba armado hasta los dientes y era bueno “pa echar bala”, se decía inclusive que debía muchas vidas, a causa de pendencias y reyertas, sin que nadie le hubiera acusado de aquellos homicidios, los peones que conducían la recua, hablaban pestes de su carácter, pero maravillas de la paga por su servicios, ya que no había quien pagara tan bien a sus hombres como él.
Aunaba Ramírez Menor a todo lo anterior, una exacerbada incredulidad religiosa, que en muchos casos resultaba irreverente e insultante de todo creyente, manifestada sobre todo entre los peones de su recua, que renegaban de los insultos de que eran objeto por parte del “Toronjo” –dejen de santiguarse decía, esas son cosas pa’ las viejas y los niños– dicho lo cual les soltaba un buen golpe.
Dicen los sucedidos de aquella leyenda, que un día, después que el “Toronjo” concluyó las negociaciones de su carga, se fue a meter a una pulquería de mala muerte ubicada por la salida al pueblo de “El Cerezo”, donde estuvo ingiriendo varios litros de pulque. Atardecía ya cuando salió de aquel lugar, obnubilado por la bebida y desorientado por las sombras del atardecer.
Al llegar a los terrenos de la Hacienda de la Luz, alias Loreto, un par de malandrines, ocultos en un estrecho callejón de la Motolínica, le salieron al paso, haciendo relucir sus machetes –échanos toda la plata que trais orita mesmo– el “Toronjo” intentó sacar su pistola, pero un golpe en el hombro lo desarmó súbitamente, aunque alcanzó a librar el segundo que el otro asaltante quiso propinarle. Con un rápido movimiento desarmó a su oponente y ambos se liaron a golpes, mientras el segundo esperaba el momento de entrar en acción.
Varios minutos duró aquella pelea de la que el “Toronjo” salió victorioso, pero muy herido. Jadeante y tambaleándose, caminó derramando sangre por las calles del antiguo Real de Minas, la borrachera no le permitía percatarse de su gravedad, ni de los sitios que recorría. Caminó mucho, nunca recordó cuanto, hasta llegar a un sitio, donde las fuerzas por la pérdida de sangre y el ánimo alcoholizado, le hicieron desfallecer y no supo más de sí.
Tiempo después –tal vez tres o cuatro días– despertó en un sitio muy raro –era un cuarto muy blanco y limpio– recordaría cuando rindió su declaración ante las autoridades, allí, dijo, me atendió una bellísima mujer indígena, morena, de finas facciones y mirada serena, lavó mis heridas y me vendó cuidadosamente, no le oí decir palabra alguna, pero sentía lo que ella quería decirme. Después de aquello, me quedé dormido y desperté a la orilla del camino “Pachuca México” muy cerca de la garita, donde fui encontrado por Tomás el guía de mi recua.
El “Toronjo” no atinaba a desenmarañar lo sucedido, ¿quién fue aquella mujer?, ¿en qué sitio lo curó?, ¿cómo llegó al lugar donde lo encontró Tomás? Estás y mil preguntas más se formulaba Ramírez Menor, sin atinar a encontrar ninguna respuesta lógica. Llevó Tomás al “Toronjo” a que lo reconociera don Manuel Roque un viejo médico instalado en Pachuca muy cerca del templo de la Asunción en la Plaza de la Constitución.
Después de revisar las heridas y percatarse de las buenas curaciones de las que había sido objeto el paciente, le recomendó reposo y una dieta alimenticia acorde a los males de cualquier convaleciente. Pagó el “Toronjo” los honorarios del médico, percatándose que su dinero estaba intacto. Levantó entonces la mirada a un cuadro que colgaba en la sala de espera del consultorio del médico y quedó estupefacto, pues allí estaba la imagen de la mujer que había curado sus heridas. Ella es, si, si -aseguró- ella fue la que me salvó, ¿quien es? –interrogó-, el médico extrañado le dijo, es la virgen de Guadalupe, la patrona de México.
Felipe Ramírez Menor enmudeció y salió del consultorio confundido, estaba seguro, las facciones, la mirada, el color de la piel, todo era igual al de su salvadora y entonces, cuenta la conseja, el “Toronjo” transformó su ateísmo en una religiosidad extrema. El primer paso, fue ordenar la construcción de una ermita en el sitio donde fue encontrado por Tomás, el capataz de su recua y se cuenta que año con año pagaba al vicario de la parroquia de la Asunción, para que un sacerdote, celebrara y predicara en aquel pequeño templo, que por estar dedicado a la Virgen de Guadalupe –cuya imagen original se veneraba en la Villa de Guadalupe cercana a la Ciudad de México– el templo de su devoción en Pachuca, se conoció como “La Villita” –pequeña villa– donde desde aquellos años se celebran año con año las apariciones de la morenita del Tepeyac.
La ermita, levantada a la vera del camino a México, fue demolida y en 1907 y a expensas de la señora Virginia H. Hernández, esposa del ingeniero Francisco Hernández Secretario de Gobierno, en la administración de don Pedro Ladislao Rodríguez, se construye en piedra franca, una capilla más amplia, que fue a su vez derribada entre 1956 y 1958, para construir la que a la postre es hoy la Basílica Menor de Santa María de Guadalupe.
www.cronistadehidalgo.com.mx
Pachuca Tlahuelilpan, diciembre de 2015.