El chiflido que salvó una vida.

El subsuelo de Pachuca y Real del Monte esta recorrido por más de 5 mil kilómetros de túneles; para tener una idea de lo anterior baste decir que esa cantidad es similar a una carretera de Pachuca al círculo polar ártico en los confines de nuestro Continente.

Los túneles cavados en las profundidades del suelo de la comarca también llamados socavones, empezaron construirse alrededor del año de 1552, cuando se descubrieron las minas de Pachuca y Real del Monte, lo que implica el trabajo realizado por miles de operarios en poco cerca de 500 años. A lo largo de esas galerías subterráneas, se han tejido multitud de episodios de vida y muerte, de júbilo y tristeza, de crónicas y leyendas, no siempre captadas por la pluma ávida de quien hubiera podido prolongarlas a través del lenguaje escrito o perennizarlas a través de la palabra hablada en voz de la conseja popular, sin embargo, están allí y cobran presencia cada que los pasos cautelosos de algún minero los recorre en la obscuridad.

Trabajadores en el interior de una mina hacia 1930.

Por otra parte, en el leguaje de los mineros, se da el nombre de chiflón lo mismo al derrumbe de piedras sueltas que se vuelcan en los socavones, que al viento colado o corriente que por ellos suele llegar acompañado de un particular sonido, por ello  tal palabra, acuña el verbo chiflar cuya acepción es silbar o sacar aire con la boca, aunque con tal acepción se define también a quien ha perdido su facultades mentales, ¡esta chiflado¡ se dice cuando se define a quien está enamorado o atraído por alguien, ¡fulano esta chiflado por fulana! etc.

Pero quizá lo más importante, es que allí en lo profundo de esa red de socavones, que corre de sur a norte y de levante a poniente, el silbido o chiflido es la forma más adecuada de comunicación, en razón de que las distancias y otros sonidos, muchas veces ensordecedores, generados por el trajinar del trabajo en la mina, hacen son imposibles la comunicación, de modo que un buen silbido, supera en mucho la tesitura de la voz y permite que sus ondas viajen a mayor distancia.

 Muchos son los relatos surgidos de diestros chifladores, como el caso de “Miguel Chiflonero” en la obra de Ramón Santamaría o el del “Gorrión” personaje central en la obra “El Doble Nueve”, de Rodolfo Benavides. Abajo en la mina con chiflidos se saluda o despide; se insulta o se llama y con tal sonido se indica como parar o acelerar  una maquina o perforadora y con un chiflido se muestra alegría o dolor. Tal es el caso de Espiridión el “caquero”, cuyo trabajo era levantar las heces fecales que sus compañeros generaban al no existir sanitarios al interior de la mina.

Cúentase que una mañana del mes de enero de 1904, llego Espiridión a su trabajo en la mina de “Corteza”, pero antes de entrar al turno de  las 6 de la mañana, manifestó, sentirse muy mal.

--Ando muy tarantado patrón, le dijo a Nico el capataz de la mina -- y este le contesto:

--Nada de pretextos jijo de tal por cual, a trabajar, ahh y lo de atarantado, ¿pues cuando se te ha quitado? --- y soltaron todos, una sonora carcajada.

Es el caso que Espiridión tuvo que bajar a la mina, con todo y sentirse enfermo. No se sabe a qué horas sucedió, pero a eso de las 11 de la mañana, que se hizo necesaria su presencia donde trabajaban los barreteros, no apareció por ningún lado. En principio nadie le dio importancia al hecho,  pero ya por allí de la cuatro de la tarde empezó a extrañarles a todos su ausencia, le llamaron a voces, luego a gritos y finalmente a chiflidos, sin encontrar respuesta. Como terminaba el turno, se conformaron solamente con informar de lo anterior al personal de seguridad, quienes continuaron la búsqueda sin éxito.

Mina de Corteza a principios del siglo XX.

Al día siguiente, había consternación entre todo los que conocían al “caquero”, de modo que al dirigirse en la jaula al nivel en el que trabajaban, fueron chiflando y dando voces llamándolo. Poco antes de llegar al sitio donde laboraban desde el día anterior, uno de los operarios, grito ¡cállense jijos, creo que oí algo! Todos guardaron silencio, el operario aquel volvió silbar lo que pareció ser una corta melodía, segundos después se escuchó la contestación, caminaron todos en silencio y alguien volvió a emitir el chiflido y pronto se escuchó la respuesta. No tardaron mucho en rastrearlo, de modo que en unos minutos detectaron el lugar donde se salía la respuesta y allí encontraron a Espiridión, tirado en la profundidad de una abertura rocosa como de tres metros, se había fracturado una pierna y un brazo y como perdió buen tiempo el sentido, tal vez horas, no escuchó la voces y chiflidos que sus compañeros profirieron anterior.

Espiridión confesó que como no tenía fuerza para gritar, desde que volvió en sí, quiso gritar y pedir auxilio, pero los sonidos se ahogaban en su garganta y apenas podía escucharse el mismo, fue entonces cuando oyó los chiflidos de sus compañeros y recordó que él, también sabía silbar y pudo contestarles y así lo encontraron.

Cuando se levantó el acta sobre el accidente, Nico el capataz confesó que le dio por muerto y por perdido su cuerpo en esa telaraña extensa de túneles. Dos semanas después, al salir del hospital de mineros en Salazar. Espiridión decidió ir a refrescarse el gañote con un pulquito en la taberna Sangre Minera, que daba nombre a su barrio. Al llegar fue recibido con una tremenda silbatina representativa de todo tipo de cariñosos insultos y Espiridión en lugar de enojarse, agradeció que así lo recibieran, porque fueron precisamente los chiflidos, los que le salvaron la vida.