Cuando Tuvimos Tranvías
Capítulo especial en la historia de la ciudad de Pachuca, es sin duda alguna el referente a los tranvías urbanos, que desde finales del siglo XIX y hasta bien entrada la década de los años treinta del siglo XX, prestaron ininterrumpidamente sus servicios a la población. Aquellos pequeños vagones color amarillo huevo, que recorrían diariamente una y otra vez la tortuosa geografía citadina, fueron más que una necesidad de transporte, un atractivo peculiar de la ciudad.
Su historia se remonta a la penúltima década del siglo XIX, cuando el gobernador del Estado, autorizado por la legislatura, contrató la introducción de este servicio, con el señor Luis García Otamendi, a quien se exentó del pago de impuestos estatales por 30 años y se le otorgó la concesión por el término de 99 años. El convenio, suscrito el 10 de mayo de 1886, por el referido García Otamendi, y el general Francisco Cravioto, en su calidad de gobernador del Estado, contiene también un minucioso y detallado reglamento, en el que se consignaron: estaciones, paraderos y tarifas, fijadas en doce centavos para primera clase —distinguida por una bandera verde— y seis para segunda, —identificados con bandera amarilla— Los tranvías fueron en principio de tracción animal y tocaban entonces, puntos estratégicos de la ciudad, tales como las estaciones del ferrocarril, las haciendas de beneficio, los templos, los mercados y otros puntos importantes.
Más tarde, aquellos románticos y lentos tranvías de mulitas, fueron sustituidos por los de tracción eléctrica, puestos en servicio por la empresa “Tranvías Urbanos de Pachuca” filial de la "Compañía de Luz y Fuerza de Pachuca", los primeros dos vagones fueron adquiridos en el año de 1907, a la empresa alemana Maschinenfabrik Ausgburg Nürnberg. A.G. (M.A.N.) años después, en 1912, se compraron a la misma compañía germana, seis más y los últimos dos en 1918.
En la adquisición de 1912, la empresa pachuqueña, solicitó se le construyeran dos tipos de carros, dos de banca corrida, con capacidad para dieciséis pasajeros —sentados— y otros cuatro para doce, con asientos en línea, los primeros se utilizaron fundamentalmente en las horas pico, que eran las de llegadas y salidas en las estaciones del ferrocarril, la de “El Hidalgo” en Xicoténcatl y las de “El Mexicano” y “El Central” en la vieja plazuela de Mejía.
La orden de trabajo dada en 1906 a la Maschinenfabrik Ausgburg Nürnberg. A.G., fue a efecto de que en la construcción de los nuevos carros de tracción eléctrica se aprovecharan las vías existentes, que medían 914 milímetros es decir, 3 pies de ancho, lo que debió presentar algunas dificultades para la fábrica alemana; por otra parte en el pedido de 1912, se especificó además que el tramo que recorrerían los tranvías sería de 14 kilómetros de las estaciones ferroviarias a la hacienda de Loreto y regreso.
El maestro Rafael Cravioto Muñoz, al referirse en su libro Memorias de un Adolescente a este peculiar medio transporte, dice: “Deslizaban al pasaje por breves rutas... Desde el Topacio, pasando por la Escuela de Artes y Oficios, (hoy Escuela Justo Sierra) seguía por las calles de Guerrero, tramontaba Barreteros y llegaba a la Luz Roja lugar de inolvidables tortas compuestas y botanas de nopalillos, patitas, lengua, ajos en chipotle, todo sazonado con buen aceite español y vinagre casero, allí iniciaba su recorrido veloz por la Avenida Juárez, tocar la estación Hidalgo y correr por Xicoténcatl, desde La Mascota, hasta la Hacienda de la Luz, hoy escuela Americana; subía por el puente y doblaba por los tribunales ubicados en Las Casas Coloradas (actualmente Escuela Vicente Guerrero) para seguir por las calles de Hidalgo y de allí hasta la Asunción, donde alcanzaba a tocar la Inspección de Policía (ubicada frente al edificio de Las Cajas) y se lanzaba hasta su terminal en la hacienda de Loreto”.
Debe agregarse a la crónica de don Rafael Cravioto, que para los años en que ubica su descripción, existían también vías troncales, que conectaban a la línea principal a través de las calles de Matamoros con la Plaza Independencia, de donde podía seguirse hacia la Parroquia de la Asunción por la calle de Zaragoza o bien conectarse con el circuito principal en la calle de Guerrero.
De acuerdo con el plano levantado por la compañía transportista en 1922, el tranvía urbano recorría además de los puntos antes descritos, otro que conducía hasta el vecino poblado de San Bartolo, donde se encontraba ya para entonces el Panteón Municipal, a donde llegaban los vagones después de atravesar las calles de Abasolo y la Santa Veracruz, aunque al parecer esta última línea, fue utilizada a partir de 1918, durante la fuerte epidemia de “Gripe Española”, primero para llevar a los cientos de cadáveres al panteón y luego ya de manera regular para transportar los féretros en las honras fúnebres de la gente humilde .
Los tranvías urbanos dejaron de prestar sus servicios a mediados de la década de los años treinta, dejando atrás todo un capítulo en la historia de la transportación urbana de la ciudad. Muchos de los integrantes de mi generación recordarán que en nuestra niñez aún podían verse enterradas en el pavimento las angostas vías férreas, de aquellos románticos tranvías que nuestros mayores invocaban en las charlas de sobremesa.