Judith Chávez de Rublúo: una evocación
Ciertamente el Centro Hidalguense de Investigaciones Históricas (CEHINHAC) se integró formalmente con investigadores varones, aunque hubo desde luego una excepción, la de Judith Chávez de los Ríos, compañera de vida desde 1973 de Luis Rublúo Islas, uno de los más entusiastas impulsores de aquella organización pionera de la investigación en el Estado de Hidalgo.
Tras su muerte el pasado sábado 26 de diciembre, los recuerdos traen a mi mente su imagen durante las excursiones culturales del CEHINHAC, organizadas los fines de semana, para visitar conventos o zonas arqueológicas en el Estado, provista siempre de su cámara fotográfica, esa misma con la con que captó cientos de escenas del grupo en pleno trabajo de campo, pero sobre todo le evoco acompañada siempre de una sonrisa plena, signo del buen humor del que hizo gala siempre.
Le veo deambular por los claustros conventuales de Actopan, Itzmiquilpan y Alfajayucan, examinar con detenimiento las pinturas del cubo de la escalera de Atotonilco el Grande o las de los corredores del monasterio de Epazoyucan, sentarse a la sombra de algún árbol, en la zona arqueológica de Tula o de la entonces recién descubierta en las faldas del Xihuingo, mejor conocida como “Tecolote Uno”.
Le escucho aún intercambiar chascarrillos con el siempre desenfadado profesor Raúl Guerrero Guerrero o el conspicuo Padre Aureliano Tapia Méndez y más recientemente con el poeta y jurista Eduardo Luis Feher; le oigo defender su rudimentaria cámara fotográfica, con la que decía tomaba mejores fotos que cualquiera de los integrantes del CEHINHAC, lo cierto es que Judith se convirtió en la cronista gráfica de nuestros actos académicos, que gracias a ella pudieron preservarse.
Como no recordar aquella anécdota que Luis reseñó en un artículo publicado en un diario de Monterrey que bien refleja su extraordinaria relación con su compañera de vida. Un día al llegar a la casa de las calles de Bélgica en la Ciudad de México, escribió Rublúo, me dirigí a la cocina donde Judith preparaba la comida. Empecé a husmear el contenido de ollas y sartenes de los que se desprendía un grato olor, en determinado momento la estorbe en su quehacer y entonces me dijo: Luis, no me gusta que te metas en la cocina cuando estoy preparando la comida. Me retiré entonces a la biblioteca a ordenar las notas de los trabajos que en ese momento realizaba, en ese instante ella entró a buscar algún libro de recetas y nos topamos frente a la mesa de trabajo, entonces le dije, no me gusta que entres en la biblioteca cuando estoy trabajando. Se me quedó mirando un momento y entonces sonrió y me dio un beso, más tarde sentados frente a los exquisitos platillos que había preparado, hicimos un pacto: yo podría ir a la cocina a husmear mientras preparaba la comida y ella podría entrar libremente en la biblioteca a toda hora, el resultado fue como dice el título del artículo “Mejores Viandas, Mejores Libros”.
Judith, era originaria de Durango, por ello le llamé siempre “alacrancita” y a mucha honra me decía, era pariente directa del cultisimo Ezequiel A. Chávez –dos veces Rector de la UNAM– y de los afamados impresores Loera y Chávez, dueños de la imprenta y casa editora “Libros de México”, donde vieron la luz, nuestros primeros libros en las colecciones Toltecayotl del gobierno del Estado y Ortega Falkwosca del CEHINHAC, aunque fue su enlace con Luis Rublúo, el que le dio el carácter de hidalguense.
Guaseábamos siempre que nos encontrábamos, hace unos cuatro años cuando se inició el padecimiento que la postró en diversos hospitales, le llamé un día e intercambiamos frases jocosas y chascarrillos, entonces, se me ocurrió decirle, por la voz se te oye que estas muy bien y muy animada, guardó silencio unos segundos y luego me contestó es que no estoy enferma de la voz y soltó una sonora carcajada que yo secundé desde luego.
Judith, no fue la mujer detrás del gran hombre, sino la gran mujer a la par del gran hombre, era la encargada sí de organizar las notas de base para los libros que escribía Luis, aunque fue también coautora de algunos de ellos –Más Mexicano que el Pulque, El Vals Mexicano, entre otros–. Organizadora de las presentaciones de libros, conferencias y actos académicos de Luis, era incansable pues lo mismo se le veía a su lado, que vigilando la preparación de los bocadillos y el vino de honor que suele servirse en esas ceremonias.
Fue Judith, una de las más importantes impulsoras y organizadoras de las “Jornadas Saguntinas” celebradas entre 1977 y 1978, efectuadas en Tepeapulco, a las que asistieron importantes personajes de la historiografía tanto nacionales como internacionales, entre ellos Arturo Sotomayor, Miguel León Portilla, el arqueólogo Eugenio Noriega Robles, Carmen Cook de Leonard, entre otros. En esas jornadas Judith se organizaba con el Presidente Municipal de Tepeapulco (Gerardo Manjarrez Lozano) con el párroco del convento de ese lugar (Arnoldo Álvarez), con los integrantes del Centro de Investigaciones Arqueológicas CIAM y con el propio CEHINHAC, para preparar las viandas que se servían a la hora de la comida ya en la zona arqueológica, ya en los corredores del convento franciscano y gracias a todo ello fueron todo un éxito, que rescató a Tepeapulco como cuna de la Antropología.
En los últimos años participó al lado de Luis en la adquisición y remodelación de la casa del barrio de la Goterita en Real del Monte, sitio al que debido a su enfermedad dejó de asistir, pero según deseo de ella se depositaran sus restos, en espera de los de su gran amor Luis –hecho que deseamos este alejado– allí la visitaremos quienes sobrevivimos de aquel homogéneo grupo, José Vergara, Luis Corrales, Raúl Arroyo, Edgardo Guerrero y quien escribe esta nota luctuosa y al evocarla habremos de hacerla vivir en nuestro corazones.
Pie de foto: Olga Judith Chávez de los Ríos junto a su compañero de vida Luis Rublúo Islas.
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Pachuca Tlahuelilpan, enero de 2016