66 años del Sol de Hidalgo.
Era viernes, el sacrosanto día en el que los estudiantes de los ciclos básicos concluyen el esfuerzo semanal y el resto, ve cercana la llegada del reparador descanso dominical; era viernes y de San Juan, onomástico o como se dice vulgarmente santo de muchos mexicanos y por consecuencia de muchos y muchas pachuqueñas, una de ellas María Luisa Cano Hernández, trabajadora de la zapatería Escobedo, ubicada en la primera calle de Hidalgo, esa misma que sufrió los mayores estragos en la inundación de aquel viernes 24 de junio de 1949.
A sus 84 años, “Maguicha” como la conocen sus hijos y nietos, recuerda aquel fatídico día. Contaba con apenas 18 años, pero la situación imperante en su hogar le había obligado a buscarse un trabajo, y lo encontró apenas mes y medio antes en aquella zapatería, ampliamente conocida por su afable dueño, don Guillermo Escobedo Pilling. El viernes recuerda “Maguicha” era día de buenas ventas, las que regularmente ocurrían por la tarde noche, de modo que nuestro horario se ampliaba hasta las 9 de la noche y a veces un poquito más allá, lo mismo que los sábados.
El salario que me asignaron fue 105 pesos mensuales –tres pesos cincuenta centavos diarios– que era prácticamente lo que ganaba mi papá en la mina de Paricutín, como bombero, de modo que ambos –mi padre y yo– manteníamos a mi madre y a cinco hermanos, todos menores de edad, de allí mi empeño en conservar aquel empleo, que me alejaba de mi casa en las calles de Quintana Roo arriba del mercado Primero de Mayo, de las 9 de la mañana a las 2 de la tarde y de las 4 a las 9 de la noche.
Aquel día, que jamás olvidaré, dice “Maguicha” no me fui a comer a la casa, pues era santo de mi novio, Juan Hernández, con el que me casé cinco años después y quien falleció hace ya algunos años. Fuimos a comer a una fondita que estaba atrás del mercado primero de mayo, pues apenas teníamos tiempo para regresar de nuevo a trabajar, yo a la zapatería Escobedo que entonces se encontraba en la calle de Hidalgo, y él a la Sastrería Rubio, ubicada en la plaza Independencia. Al concluir la comida nos fuimos un rato a una de las bancas del Jardín Constitución, donde platicamos largo rato hasta casi las 4 de la tarde.
El cielo estaba nublado, pero nada hacía presagiar la catástrofe que viviríamos en carne propia, Juan pasó a dejarme a las puertas de la zapatería que aún permanecía cerrada y se fue a su trabajo; unos minutos después llegó mi compañera, una mujer de unos 40 años que solo conocíamos como Estercita, era madre soltera de dos hijos, uno ya mayor que trabajaba en el departamento de contabilidad de la Real del Monte, en las Cajas y, el otro estudiante de cuarto año –primero de bachillerato-, en el Instituto Científico Literario, quien por cierto le acompañó ese día y tras dejarla se fue a sus clases.
Llegó el dueño de la zapatería y tras regalarnos su siempre afable sonrisa, abrió los candados y quitó los aldabones de las dos puertas de madera que daban acceso al negocio. De inmediato nos dimos a la tarea de acomodar algunas cajas y limpiar el calzado de charol, al que se notaba de inmediato cualquier cantidad de polvo, mientras el señor Escobedo levantaba inventario del zapato que solicitaría a los proveedores que venían de León Guanajuato invariablemente los días martes de cada semana.
No recuerdo, pero creo que se escucharon algunos truenos y hasta empezó a caer un poco de lluvia, pero por ahí de las cinco –pasaditas– ayudaba a Estercita a atender a una clienta, de esas que piden y piden modelos y números de zapatos, cuando un alarmante estruendo se escuchó por el rumbo del mercado Juárez –hoy Miguel Hidalgo– el señor Escobedo se asomó y de inmediato se introdujo en la tienda sumamente asustado, cerró y atoró las puertas por dentro y eso nos salvó, ¡Dios Santo! dijo, se nos viene el río encima y en ese momento las puertas crujieron estrepitosamente y el agua invadió el piso de la tienda.
La clienta dejó de escoger zapatos y se levantó angustiada pues su marido la había dejado en la zapatería para ir a comprar dulces típicos en una pequeña dulcería ubicada en el Portal Constitución; a duras penas el señor Escobedo calmó a aquella buena mujer mientras las puertas seguían crujiendo y daba la impresión de que en algún momento cederían al efecto que les empujaba. Fue solo cosa de unos minutos tal ves 20 o 25 máximo. Cuando el agua dejó de entrar por los espacios de las puertas, el dueño decidió abrirlas. El espectáculo fue impresionante y jamás lo podré olvidar.
Las banquetas de la calle habían desaparecido, el lodo se levantaba casi medio metro, de modo que al abrir se precipitó en la zapatería, pero ya no con la fuerza de minutos antes, alcancé a ver un perro muerto entre los escombros y Estercita juraba que había un cadáver entre la puerta de la Cruz Blanca y una cerrajería que colindaban con la “Zapatería Escobedo”, mientras el lodo seguía escurriendo al interior del negocio. Poco a poco las cosas fueron regresando a la realidad, los dueños de los otros comercios vinieron a comentar sus daños, pero ante todo a lamentar que había varios muertos, sobre todo niños que a esa hora salían de la escuela.
Muchos días se empeñaron para restañar las heridas de aquella inundación que enlutó muchos hogares. Estercita y yo ayudamos a los soldados que vinieron a socorrer a los damnificados, pero la verdad completa, solo la supimos hasta el lunes siguiente, 27 de junio, cuando salió el primer número de “El Sol de Hidalgo” en el que se dieron pormenores de aquella catástrofe y dejó de especularse sobre lo sucedido, que como ya se sabe, la voz popular exageró y desfiguró notablemente.
Así nació El Sol de Hidalgo, que el día de ayer cumplió 66 años de vida y se ha convertido ya en el medio de información más longevo de la historia periodística del estado de Hidalgo.
¡FELICIDADES¡ a sus directivos, reporteros, fotógrafos, diseñadores, formadores, personal de administración y a todos los que a lo largo de las que pronto serán siete décadas, se han encargado de mantener enterada de la realidad regional, nacional y mundial a la sociedad hidalguense.
Pie de foto: Calle de Hidalgo, al día siguiente de la inundación de 1949, obsérvese la Zapatería Escobedo, sitio en el que ocurrió uno de los mas cruentos relatos de aquella catástrofe.
www.cronistadehidalgo.com.mx Pachuca Tlahuelipan, julio de 2015.