Los Policarpos en la Revolución.
Policarpo Hernández López, era uno de los cerca de doscientos trabajadores de la mina “La Zorra”, que era operada por la empresa norteamericana “De Real del Monte y Pachuca”. Laboraba en ese lugar, desde 1909, de modo que a principios de 1913, era ya un experimentado barretero que había logrado manejar admirablemente la perforadora eléctrica adquirida por la empresa minera apenas un año antes. La noche del sábado 14 de marzo del referido año de 1913, Policarpo, como era costumbre salió del turno matutino por ahí de las cuatro o cinco de la tarde y se dirigió a su domicilio en el callejón de “La Pasadita” en el naciente barrio de “El Arbolito”, al llegar a la calle de Galeana, se encontró con su tocayo Policarpo Sampayo, trabajador de la Hacienda de “La Luz” o “Loreto” quien le invitó a “tomarse unas” en la pulquería “El Tráfico”, establecimiento que tenía fama de tener los mejores curados y las más ricas fritangas, Hernández López que traía el estómago vacío, aceptó de inmediato la invitación y ambos se introdujeron en la piquera, donde permanecieron por cerca de cinco horas. Hacia las once de la noche salieron en no muy buen estado, dispuestos a buscar otro lugar donde seguir la parranda, sabedores que barrio adentro había muchos lugares donde podrían continuar la juerga; más al llegar a la altura de la puerta de ingreso de la Hacienda de Progreso –ubicada entre la calle de Galeana y el Río de las Avenidas (por donde hoy cruza la calle de Julián Carrillo)– se encontraron de frente con un grupo de tres o cuatro operarios de la Hacienda, con quienes se hicieron de palabras y pronto salieron ha relucir las “colas de gallo” (navajas en forma de media hoz) y se armó la reyerta, que no llegó a más, porque se presentó en el lugar la gendarmería. A media noche los involucrados en la gresca, eran presentados en la barandilla del juez de paz, quien dejó en libertad a los trabajadores de la Hacienda “El Progreso” y ordenó fueran arrestados los dos policarpos, que de inmediato fueron trasladados a la galera de la inspección de policía, donde durmieron “la mona” de la borrachera hasta eso de las cinco de la mañana, hora en que fueron súbitamente despertados por un piquete de soldados federales, quienes los sacaron de ese lugar y los trasladaron al cuartel de San Francisco (Hoy cuartel del Arte), sitio en el que fueron prácticamente metidos en las regaderas de la tropa y al salir les fue entregado un uniforme color caqui y les endilgaron un pesado mosquetón con dos cananas y un cinturón cartuchera. De nada sirvieron las protestas de los Policarpos, ni de nada valieron sus peticiones de informar a sus familiares, un capitán segundo les informó que habían sido reclutados en leva y que al día siguiente saldrían a combatir a los rebeldes en el norte del país. Esa mañana tuvieron que soportar la cruda en el campo de tiro que se encontraba detrás del panteón de San Rafael, en el ex-rancho de “El Cuervito” ubicado donde hoy se tienden las colonias “Real de Minas” y “Cubitos”. En ese lugar fueron adiestrados para cargar y disparar el mosquetón y más tarde tomaron un breve aleccionamiento, para entender los toques de clarín y corneta. Dos días después los Policarpos fueron separados, Hernández López fue asignado a Zacatecas y Sampayo a la ciudad de México. Al despedirse los tocayos no atinaban a explicarse como era que les obligaban a defender a quienes días antes el 22 de febrero 1913, habían asesinado al Presidente Francisco I. Madero, el hombre que representaba la esperanza de los pobres y de los sojuzgados, ambos lloraron su desventura. El grupo de “pelones”, como se denominaba a los soldados del ejército federal, al que pertenecía Policarpo Hernández, llegó en mayo de 1913 a Zacatecas, una ciudad tan minera como Pachuca. Un día al quedar franco, caminó largo rato por los callejones de aquella ciudad, olió el carburo de las lámparas de los operarios que marchaban al trabajo muy temprano, casi se sintió en casa, pero pronto despertó, solo para darse cuenta de su pesadilla, luchaba en contra de compatriotas que tenían los mismos ideales que él, que defendían todo lo que él repudiaba, la pobreza, la opresión y los malos tratos, ¿Pero, que era lo que podía hacer? Si era vigilado muy de cerca por un sargento mal encarado que tal parece le seguía a todas partes. Un año después el 23 de junio de 1914, el pelotón de Policarpo Hernández, se vio en la necesidad de enfrentar a la División del Norte encabezada por el General Francisco Villa y comandada por el gran artillero hidalguense Felipe Ángeles Ramírez, fecha en la que se libró la batalla decisiva de la Revolución –llamada así porque partió al ejército federal en dos y dio paso a la renuncia de Victoriano Huerta como Presidente de la República– el pelotón del pachuqueño fue apostado en el cerro de “La Bufa”, sitio que fue testigo del certero fuego de los cañones, debidamente apuntados por Ángeles y fue precisamente un obús de esa artillería, el que puso fin a su vida, eran las diez y media de la mañana de aquel martes 23 de junio, cuando Policarpo Hernández López expiró. Los ojos abiertos del soldado quedaron fijos, mirando al cielo zacatecano, mientras su cuerpo inerte yacía tendido cerca de una bocamina muy antigua, como aquellas en las que tanto trabajó en su lejana Pachuca, cuna de su niñez y adolescencia, sitio donde tuvo la oportunidad de aprender el fascinante oficio dedicado a arrancar en las entrañas de la tierra, la riqueza de sus metales preciosos. Allí quedó tirado aquel soldado que simpatizando con las ideas que pregonó la revolución en favor de los desposeídos, se vio obligado a luchar como “pelón” en su contra; aunque el obús enviado por la artillería del hidalguense Felipe Ángeles, le permitió no haber disparado un solo tiro en contra de ningún soldado revolucionario. www.cronistadehidalgo.com.mx Pachuca Tlahuelilpan noviembre 2014.