3 de marzo, fecha célebre para Hidalgo

Interrumpe temporalmente esta entrega la serie “personajes de mi ciudad” a efecto de recordar que el pasado 3 de marzo, se cumplieron 147 años de la creación del Instituto Literario y Escuela de Artes y Oficios, el más remoto antecedente de nuestra actual Universidad Autónoma de Hidalgo, última transformación de aquel antiguo Plantel operada también un 3 de marzo, pero esta en el año de 1961, hace ya 55 años. Para mi generación el nacimiento de la Universidad Hidalguense, fue el más importante paso en materia educativa, que ha dado el Estado de Hidalgo a lo largo de sus también 147 años de vida dentro del pacto federal.
Cómo no recordar hoy aquella tarde del viernes 3 de marzo, hace ya más de medio siglo, que los alumnos de primer ingreso de acuerdo a la costumbre de las novatadas, llegamos rapados al cero poco antes de las 5 de la tarde a las escalinatas del antiguo edificio de Abasolo, nos habían citado a fin de participar en la ceremonia de instalación de la nueva Universidad que haría en representación del Presidente Adolfo López Mateos, el entonces Secretario de Educación Don Jaime Torres Bodet.
Una antigua fotografía me regresa a aquel momento, la primera vez en que usé el emblemático uniforme del entonces ya agonizante ICLA –Instituto Científico Literario Autónomo del Estado–, era una perfecta combinación de saco azul, pantalón gris, camisa blanca y corbata roja. Muchos de los reunidos aquella tarde confesaban haberse ataviado por primera vez con un traje, otros inclusive, jamás habían usado corbata, pero todos nos sentíamos orgullosos de formar parte de aquel plantel que era considerado como La Máxima Casa de Estudios del Estado.
Como el salón de actos Baltasar Muñoz Lumbiere, era en cierto modo pequeño, apenas pudo dar cabida a profesores, exalumnos distinguidos, funcionarios y otras personalidades representantes de la sociedad hidalguense, de modo que los alumnos ya matriculados de los tres ciclos de secundaria y dos de bachillerato, así como los inscritos en los dos primeros años de las carreras de Derecho y Medicina, que ya operaban en el plantel, fuimos acomodados a lo largo de las escalinatas exteriores e interiores y otros muchos alrededor del jardincito de la Garza.
Era una tarde solariega, pero en cierto modo fría, a ello coadyuvaba el aire pachuqueño que soplaba sobre esa sección de la ciudad. No estoy seguro si las autoridades fueron o no puntuales, lo cierto es que recuerdo el momento en que el Gobernador Mayor Oswaldo Cravioto Cisneros, llegó en compañía del Secretario Torres Bodet, el Senador Carlos Ramírez Guerrero y el Director del hasta entonces Instituto, el Licenciado Rubén Licona Ruiz, seguidos de una nutrida comitiva.
Sin indicaciones ni ensayos previos, todos los alumnos sentimos el peso de aquel momento histórico y aplaudimos efusivamente el paso de aquel séquito, al que seguimos tras disolver la valla que habíamos formado. Enormes bocinas colocadas en el pasillo del plantel reproducían lo sucedido en el interior del Baltasar Muñoz Lumbiere, displicentes unos, atentos otros, se escucharon: la apasionada y culta alocución del Licenciado Carlos Ramírez Guerrero, la vibrante intervención del que sería el primer Rector Universitario Rubén Licona Ruiz y la brillante pieza oratoria del Secretario de Educación, tras la que se declararon inaugurados los cursos de la Universidad.
Los que ese día nos iniciábamos como alumnos universitarios, sentimos el gran orgullo de pertenecer a aquella institución, que todavía tardó algún tiempo en entender el paso que esa tarde se daba en la historia hidalguense. Momento culminante para nosotros fue en el que apareció un personaje con el que los estudiantes de nuevo ingreso nos identificábamos muy bien, era el director del Instituto, el Doctor Francisco Zapata, un fornido hombre rapado al cero como nosotros, el por una calvicie prematura, nosotros como producto de la costumbre establecida para los novicios; sus ojos verdes de mirada penetrante y su voz a fuerza del tabaquismo más grave que la de nadie, sonó atronadora, ¡Muchachos! el rey ha muerto, viva el rey -frase que hacía alusión al fin de la era del Instituto y al nacimiento de la Universidad-, un sonoro “goya” fue el colofón de aquella expresión.
La noche había caído ya sobre la ciudad, al salir en tropel a las escalinatas, se nos reveló de lleno la majestuosa imagen nocturna de Pachuca, una especie de joyel como la calificó el poeta actopense Genaro Guzmán Mayer, multitud de lucecillas cintilaban en el panorama del antiguo Real de Minas, creo que todos, al menos los que por primera vez cruzábamos aquellas veneradas puertas, nos detuvimos un momento para disfrutar del paisaje nocturno.
Alguien inició por ahí el canto de la letanía institutense, que de inmediato fue coreada por todos los que la conocían, “Todas las escuelas dicen, maldito sea el instituto, pero a la hora de los juegos”, etcétera, etcétera, que terminaba con un “siquiti bun”. Al llegar a las puertas del Casino Español en las calles de Matamoros, las autoridades universitarias e invitados entraron a la cena de gala, mientras todos los alumnos regresamos a nuestras casas.
Aquella, fue una noche inolvidable para los integrantes de mi generación, habíamos asistido a uno de los momentos señeros de la historia del Estado y aún más lo habíamos hecho no en calidad de espectadores sino de actores, actores de un hecho que a 55 años de distancia, sigue siendo un grato recuerdo.
 
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Pachuca Tlahuelilpan, Marzo 2016.